Un día de invierno

El año no quiso empezar cuando yo se lo dije.

El miércoles después de llevar a Pol al dentista, decidí cambiar de planta y pedirle a mi médico de cabecera algo para lo que yo creía una gripe intestinal.

De ahí salí directa a Urgencias para que me quitaran el apéndice.

Sólo los que viven apartados de su familia saben el tetris que supone organizarse en estos casos y la suerte que tengo con unos abuelos que cogen aviones tras una llamada de teléfono y un chico capaz de salir del hospital dándote ánimos mientras sabe que se queda con un bebé que sólo toma pecho y un niño que no entiende por qué su mamá se queda detrás de una puerta que no se abre.

Este fin de semana, casi recuperada, salimos a disfrutar de un día cualquiera de invierno. Si la normalidad no vuelve a nosotros, tendremos que ir nosotros a por ella.

Mientras la nieve lo cubría todo de blanco, sacamos nuestro trineo y nos preparamos para tirarnos montaña abajo.

Yo todavía no puedo resbalarme montaña abajo y dejar que la adrenalina me corra por las venas, pero si puedo disfrutar viéndolos bajar una y otra vez a gran velocidad.

Y cuando nos cansamos de subir y bajar, nos dedicamos a hacer muñecos de nieve. Señoras de largas pestañas con matasuegras.

Un día normal de invierno. De los de llegar a casa, tomar un vermut y preparar una buena cazuela de macarrones mientras hacemos planes para volver otro día y hacer un picnic con amigos.



Espero que el año empiece ya para nosotros. Sin tener que visitar más hospitales o preocuparnos por enfermedades propias o ajenas.

Tendremos que volver a vestirnos de tiros largos y comer de nuevo las uvas con el champán. Por ahora sólo pienso en esa merienda que pienso preparar con mis amigos para comernos el roscón de Reyes, porque sin Roscón no empieza el año.

Mientras tanto, seguiremos viendo nevar. ¡Feliz semana!