Llevaba tiempo creciendo en mi cabeza, cómo esas veces que tiras de un hilo que no sabes dónde te va a llevar, cómo esas semillas que plantas sin saber muy bien qué crecerá. Pero yo sabía que algo grande, aunque sencillo, estaba creciendo en mi interior y sentía la necesidad de sentarme a escribirlo.
Supongo que es otra señal de cambio, otra etapa en el camino de encontrarme con mi misma, porque nada digno de reseñar ha ocurrido en estas últimas semanas. Nuestra vida ha sido un discurrir del trabajo a casa, de fines de semana sin planes, de largas tardes en el sofá sin nada más que hacer que dejar pasar la vida.
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Y a pesar de ello siento que algo grande, algo especial está pasando. Que todas las cosas pequeñas que me pasan, me van llenando y hacen que mi corazón vaya más deprisa, que la sonrisa no se me vaya de la cara y qué sienta este impulso de dejar todo por escrito.
Recordar los amaneceres, cuando Pol se despereza con calma en la cama y hay que darle el desayuno a todos sus amigos los animales antes de que él, entre risas, acceda a beberse su leche.
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De esas ganas de contar todo tan deprisa que termina inventándose todas las palabras y tú no te enteras de nada. De las frases con tres o cuatro idiomas a la vez, de empezar a contar en inglés hacia adelante, para seguir contando en castellano hacia atrás. De su cara seria cuando le dice a un niño que llora: "No plores, no pasa res" y de las veces que llega con un cuento hasta dónde tú estás y te dice muy serio: "Senta aquí, contame".
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Quiero recordar las conversaciones padre-hijo, esos ratos antes de dormir dónde los dos se cuentan historias y ponen voces a todos los animales que Pol se ha llevado a la cama. Su complicidad, sus carreras y hasta esos ratos en los que se tiran uno encima del otro y temo que se vayan a romper.
Su personalidad un poco mandona y sus arrebatos de rabia que se calman cuando te sientas con él y muy bajito le explicas el por qué de las cosas. Ese click que se hace en su cara cuando ha entendido algo es una de las miles de cosas que más me han maravillado desde que nació. Ver la vida de nuevo por primera vez, que las cosas que para mí son viejas sean para alguien nuevas es un regalo para conservar.
Y todo esto, todas esas pequeñas cosas necesito ponerlas por escrito porque no sólo de tristezas y grandes eventos deben estar hechos los diarios, porque la cotidianidad es algo digno de ser recordado.
Por eso, hoy sólo paso a deciros que me siento agradecida por mi vida normal, por no tener nada que contar, ni nuevo que enseñar. Porque a veces es necesario parar y no hacer nada para ser inmensamente feliz. Sólo eso.
Esta entrada va dedicada a Rebeca, que sembró la semilla de este post desde su #vietnamdeazucar y por supuesto a mis dos chicos y medio, que cada mañana me saludan con la mejor de las risas y cada noche me cuentan el mejor de los cuentos antes de meterme en la cama.