El día empezó soleado y el viaje en coche estuvo lleno de "ohhhhs" y "ahhs" al ver desfilar la campiña francesa. Después de tanto tiempo viviendo en blanco y negro, tanta profusión de color se siente como un regalo.
El cielo se fue encapotando poco a poco y así nos lo encontramos cuando paramos en el paraíso.
La Paresse en Douce era la antigua casa del notario de Tours sur Meymont, un pueblecito en lo alto de una colina. Helen y Henk la compraron y la restauraron cuando decidieron cambiar de vida y la convirtieron en uno de los sitios más bonitos y cuidados que hemos visitado hasta ahora.
Al llegar nos recibieron tan amablemente que nos sentimos como si fueramos unos amigos lejanos que llegaban de visita. La habitación me terminó de convencer de que habíamos llegado a casa.
Unas manzanas nos esperaban en las camas hechas con mimo y la habitación de Pol tenía el papel que yo siempre soñé ponerle en su propia habitación.
Los que me seguís hace tiempo y los que me conoceis en persona, sabéis que no hay nada que más me guste que los detalles y la casa estaba llena de ellos, miraras dónde miraras.
Por la mañana el sol entraba por esa ventana al final del pasillo y la luz era tan maravillosa que sin saber por qué me hacía sentir muy feliz.
Es posible que el desayuno tuviera algo que ver, pero estar rodeada de tantas cosas bonitas me llenaba de inspiración y de ganas de disfrutar.
El desayuno era en el comedor. Una sala con una mesa enorme que servía para juntar a todos los comensales en los meses en los que el tiempo no permitía salir a la terraza. Helen nos contó que ellos la diseñaron y se la hicieron a medida y os puedo asegurar que era una verdadera preciosidad de mesa.
Por la mañana había pan y croissants recién hechos y todos los días nos deleitaron con algo diferente para acompañar: pan perdú (las torrijas francesas), pancakes, huevos revueltos,.... Todo buenísimo y presentado con mucho, mucho gusto.
Por las noches, aprovechando el servicio que ofrecen este tipo de alojamientos, nos quedamos a cenar con ellos.
Creo que no podría describiros las cenas, tendríais que vivirlas. Henk es un excelente cocinero, Helen tiene muchísimo gusto para preparar la mesa y ambos son muy buenos anfitriones. Todo estaba cocinado con ingredientes de temporada, comprados y elegidos en el mercado y los menús no se quedaban sólo en la cocina francesa, de hecho, su cous cous es uno de los más ricos que he comido.
Mientras Pol dormía plácidamente en la sala de al lado, nosotros disfrutábamos de una cena pausada y, lo que es más importante, de una conversación agradable y muy inteligente.
Fue un auténtico regalo que no pensábamos encontrar. Cuando uno viaja con niños las cenas con conversaciones de adultos son una rara avis y si además te encuentras con la ambientación y la compañía perfecta, eso si que es de 10.
Lo que no pudimos disfrutar mucho fue su terraza. Primero tuvimos lluvia y luego nos acompañó la nieve, así que sólo el primer día, vestidos para la ocasión pudimos disfrutar de un rato al aire libre.
Pol se hubiera quedado a vivir entre su colección de tractores, gruas y camiones, pero también había columpios, un tobogán y una piscina para hacer la delicia de pequeños y grandes.
Ya os lo dije, un pequeño paraíso más que recomendable para recargar pilas, para inspirarse o para pasar unos días perfectos en compañía de los que quieres.
Tours sur Meymont
France