Hay días

Hay días que la vida me viene grande.

Los deberes desbordan a los quereres, las penas ocultan mis alegrías y las preocupaciones, que son muchas, no me dejan pensar con claridad.

Mi casa sigue siendo un campamento de cajas y bolsas. No encuentro el momento de sentarme tranquilamente, de pensar, de reflexionar como quiero que sea nuestro hogar y de lanzarme a crearlo.

Por mucho que lo intento y a pesar de las facilidades que hay en este país, no consigo cuadrar mi vida familiar y profesional. Siempre voy tarde, siempre voy corriendo y a veces me cuesta mandar mentalmente a la mierda a los que me cuestionan por dejar que mi hijo pase más tiempo del que ellos consideran normal en la guardería. (Si supieran a lo que se ven abocadas muchas familias en España, no sé que pensarían)

Eso sin contar la barrera idiomática y cultural. Esos momentos en los que algo que no entendiste bien convierte el día en una auténtica patata.

Vivimos lejos, muy lejos de las personas que queremos. Los aviones hacen que estemos a un paso, pero no lo suficientemente cerca para correr a dar un abrazo, ayudar cuando se necesita o siemplemente estar presente cuando sientes que tienes que estar. Últimamente esto se está convirtiendo en algo muy necesario, ¿alguién sabe dónde se compra un teletransporte?

Debo cartas, muchas. Esas a las que me comprometí alegremente al principio del año y luego no pude abarcar.

Todas ellas convirtieron el día que llegaron en algo especial. Algunas incluso me hicieron llorar. Aunque en esta casa de cuentos no lo parezca, yo también cargo mis penas, mis problemas y mis quehaceres y vuestras palabras de ánimo son como un bálsamo que me recuerda que a pesar de los pesares soy una persona muy afortunada.

Debo mails y llamadas. A amigos de siempre y a amigos de ahora. Cuando puedo nunca es la hora y cuando llega la hora siempre me pilla ocupada en algo más absorvente o simplemente se me olvida. No os olvido, simplemente soy un pequeño desastre.

Ya no os hablo de los proyectos que se me acumulan en la cabeza, de los viajes que querría hacer, de las personas que quiero y voy a conocer. No os hablo de lo que quiero aprender y emprender, de lo que me gustaría vivir y transmitir.

Y después de todo, cuando pasa el nubarrón, incluso después de la lluvia, me recuerdo a mi misma que YO soy MUY afortunada.

Que tengo trabajo, salud y una familia que me quiere y a la que quiero con locura.

Que no debería de lamentarme tanto por mi misma y que tengo que espabilarme y buscar soluciones a mis problemas.

Que debería estar más por los que me necesitan y me rodean, esos que no tienen trabajo, que les falla la salud o que tienen otros problemas mayores que los míos que les quitan el sueño.

Y recuerdo que todos los días son páginas en blanco, que existe el negro, pero también el arco iris y que la cosa es ponerse e intentar. Porque cediendo, dejando caer los brazos y no enfrentándonos a las cosas, siempre perdemos.

Y yo sólo quiero ganar, aunque sea alegrías como estas.

Este post no está escrito con ánimos de preocupar, ni de buscar comentarios que me palmeen la espalda. Está escrito para recordarme, y recordaros, que la vida no tiene que ser perfecta para que seamos felices, o al menos para intentarlo con fuerza cada día.

Hace tiempo una amiga, que entonces era virtual y ahora es muy real, me dijo que mi vida parecía muy rosa desde el otro lado y que al traspasar la barrera, yo no era exactamente como se había imaginado. Cada día, cada mañana, me levanto tratanto de hacer este mundo un poco más bonito, un poco más feliz. Las nubes pasan, aunque sean gordas y a veces se necesite ponerse a soplar para que salga el sol.

Son simplemente COSAS QUE PASAN.