Sólo un Zamorano puede comprender la llorera que me ha entrado esta mañana cuando he abierto el paquetito que me ha mandado mi madre.
Traía la Semana Santa dentro, ese "sentimiento" zamorano tan difícil de entender si eres de fuera y, que cala tan hondo cuando lo sientes, que estar lejos es una de las "pérdidas" más grandes.
Mi madre, que me conoce muy bien, me ha mandado una caja llena de aceitadas y almendras garrapiñadas, dulces que saben al cafecito del Lunes Santo antes de bajar las túnicas, al desayuno del Jueves Santo antes de salir voladas a la peluquería, a Viernes Santo a las 5 de la mañana, viendo pasar la procesión mientras el frío se te mete hasta en los huesos.

Saben a tantas cosas como los olores que me faltan. A naftalina y a cerrado de las túnicas, guardadas en sus cajas esperando a que las planchen para procesionar por las calles de Zamora. A teas y a incienso, a flores y a velas, que te dicen que estás allí, en tu tierra; olores que por mucho que viajes y por mucho tiempo que pases lejos de allí, te llaman en estas fechas para que vuelvas a ver pasar los pasos por sus calles.
Y sus sonidos. El del silencio y el respeto, que para mí es el más importante, pero que desgraciadamente se pierde con el tiempo. El de los tambores y trompetas, ese sonido que indica que detrás llega
Barandales con sus campanas y que hay que correr a tu sitio, dónde esperaban tus papás porque la procesión ya llega.
Y el de las marchas y las voces: "
Mater Mea" y "
La Saeta" mientras las Esperanza sube por la cuesta de Balborraz y mi corazón la acompaña y sube con ella, "
El Merlú" y "La marcha fúnebre de Thalberg" sonando la madrugada del Viernes Santo después del cinco de copas, mientras tú piensas: "
te extrañaba, te echaba de menos, me hacías falta". Y el
Miserere, cientos de voces sonando al unísono, mientras, en la noche del Jueves Santo una plaza atestada de gente, pero en el más absoluto silencio, ve pasar al Cristo Yacente flanqueado e iluminado por las teas de todos los cofrades y las estrellas.
Son tantos los sonidos que me quedan en el tintero y que se agolpan en mi cabeza como las sensaciones que me faltan: la suavidad de la seda de la túnica de la Esperanza, la aspereza de la estameña blanca, el vendaval del Puente de Piedra y el tacto de mi mantilla mientras la sujeto para que no se la lleve el aire,el frío de la noche, porque en Zamora, en Semana Santa, siempre hace frío.
Pero sobre todo, ese gusanillo que tengo cuando entro en Zamora y pienso estoy aquí, he vuelto. Y admiro su casco antiguo y disfruto de mi gente y de mi tierra y siento muy dentro de mí una voz que me dice: "
Zamorana, que suerte tienes de haber nacido aquí, de que tu familia te haya transmitido estas tradiciones y este sentimiento. No lo pierdas y transmítelo, porque esto es un regalo".

Zamoranos, os echaré de menos todos y cada uno de los días. Procesionaré en alma y corazón en Jueves Santo y comeré el Dos y Pingada el Domingo de Resurrección a vuestra salud.
A los que no sois de allí pediros disculpas si no entendéis todo. Hay cosas que no pueden explicarse y esta es una de ellas. Os invito a que conozcáis mi tierra y sus tradiciones, pero acompañados de alguien que lo sienta, que os involucre. No hay otra manera de vivir y disfrutar la Semana Santa de Zamora.